ORFEO

Adriana B. Ortolani, 2021 / Colaboración: Mariana Paredes

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  Esta enérgica cabeza de Orfeo, tiene el gesto de la voz que emerge de lo recóndito. Imponente y vigorosa, es una obra de carácter dentro de la producción escultórica de Leone. Tanto la cabellera como la barba, están resueltos con una síntesis de volúmenes de tendencia geométrica y de ritmos paralelos, con cierta espontaneidad en la impronta que no pretende entrar en detalles. En el rostro es concluyente; pone especial reparo en la expresión, lograda por la disposición de las cejas que refuerzan el gesto, la mirada profunda, y la boca entreabierta, con el labio superior levantado y contraído en una articulación que parece la captación de un instante en el cantar de Orfeo. 

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  Sabemos que la música fue otro de los territorios que la sensibilidad de Leone exploró, primero en su temprana juventud a través del estudio de órgano y canto, y luego como apasionado devoto de la música clásica, tal vez capaz de transmitirle ese gozo a su hija Diana, quien reveló su vocación por la danza.

  Aparece el mito de Orfeo en el mundo de la lírica, en la ópera “La fábula de Orfeo” de Claudio Monteverdi (1607), y también en la célebre “Orfeo y Eurídice”, del compositor alemán Christoph W. Gluck, estrenada en Viena en 1762.

  Es Orfeo un poeta que acompaña su precioso canto con los acordes de la lira. Embelesa a la naturaleza toda que se estremece, apacigua a los animales y hasta los dioses escuchan extasiados la voz del poeta.

  También, impulsado por el amor, Orfeo logra conmover con su voz a las divinidades infernales que ceden ante su cautivante melodía lastimosa y penetra vivo en el mundo de los muertos para volver a ver a su amada Eurídice.