
BEETHOVEN
Adriana B. Ortolani, 2021 / Colaboración: Mariana Paredes
Numerosos artistas han retratado a Ludwig van Beethoven (1770-1827), que legó a la humanidad lo más sublime de la música. La Novena Sinfonía, La Pastoral (Sexta Sinfonía), el Claro de Luna, Para Elisa, la Quinta Sinfonía y La Heroica (Sinfonía Nº 3); son algunas de las magníficas y más conocidas obras del Genio, admiradas en el mundo entero.
Existen numerosos retratos del músico a lo largo de la historia. El pintor alemán Joseph Karl Stieler, quien conocía personalmente a Beethoven, en 1819 realizó la más icónica figura del compositor, quien, gustoso con el resultado de la imagen de sí mismo, afirmaba que era su retrato más logrado. En la instancia de creación de la Missa Solemnis, apunta con un lápiz las notas de la música sobre el pentagrama. Rodeado de naturaleza, el genio atemporal, tiene la mirada concentrada en lo elevado de la inspiración.
También la reproducción de la máscara mortuoria de Beethoven, siempre ha sido un clásico modelo de los famosos “yesos” en las clases de arte, tanto para la copia a través del dibujo como del modelado en relieve para el estudio del volumen.
Seguramente, estas referencias de la estampa del músico admirado, han iluminado a Juan Bautista Leone para encarar esta composición tan original. La cabeza emerge de la palma de una mano grandiosa. Este rostro, de enérgica mirada, corresponde al célebre compositor. La frente amplia, el ceño fruncido, la mirada profunda, los labios finos y apretados; y la abultada cabellera definen el retrato del prodigioso creador. Su música ha trascendido los tiempos y nos regala el gozo del alma. El mensaje de esta obra de Leone ¿referirá acaso a una ofrenda del Supremo Hacedor a la humanidad?